Entre 1492 y 1898, España fue la dueña de los mares. Es cierto que, a lo largo de esos siglos, sufrió derrotas cruciales como la de Trafalgar, pero sus victorias (Lepanto, Cartagena de Indias…) no fueron menos trascendentes. ¿Cómo, si no, hubiera podido mantener un imperio transoceánico de tales dimensiones? En las siguientes páginas, recordamos algunas de las principales victorias de la Armada española a lo largo y ancho de todo el orbe. ¡Al abordaje! Por: Alberto de Frutos
La unión entre las Coronas de Castilla y Aragón dio el pistoletazo de salida a la creación de una poderosísima Armada, cuyo primer hito llegó con el descubrimiento de América (1492), que otorgó casi súbitamente a España la hegemonía en los mares. Fue el preludio de un imperio que alcanzaría su mayor apogeo durante los siglos XVI y XVII.
Una vez asegurado el control sobre el comercio con América, la Armada se planteó ir mucho más allá. España fue el primer país en circunnavegar el globo gracias a la expedición de Magallanes y Juan Sebastián Elcano (1519-1521), primer paso para establecer un comercio fluido entre América y las recientemente conquistadas Filipinas. Durante el reinado de Felipe II, Andrés de Urdaneta descubrió, además, una nueva ruta comercial entre ambas tierras.
La Armada fue pionera en la introducción de varias novedades en la tipología de los navíos. Los españoles utilizaron por vez primera las fragatas, unas embarcaciones más ligeras que los navíos de línea e ideales para la guerra naval y submarina. Las galeras como arma de guerra, tan célebres y temidas en las campañas italianas del Gran Capitán al servicio de Fernando el Católico, simbolizaron ese poderío. Durante el reinado de su sucesor, Carlos I, se potenciaron las naos, equipadas ya con cañones y con el castillo de proa y el alcázar a popa, a la vez que se asentaban los galeones, unas embarcaciones con casco redondeado y tres palos: el de mesana, el trinquete y el palo mayor.
Bajo el reinado de Carlos I, el hecho más destacado de la Armada en el Mediterráneo fue la toma de Túnez y de otras ciudades adyacentes, así como la expedición de Argel. En aguas atlánticas nuestros barcos desempeñaron un papel fundamental en la defensa contra los ataques de los piratas ingleses, que sirvieron para asegurar a la Corona la viabilidad del comercio con las ricas tierras americanas, sin que nadie cuestionara esa hegemonía.
A esta seguridad en los mares contribuyó, en gran medida, la ordenanza de 1543 por la que se establecían dos flotas anuales conocidas como flotas de Indias. Una de ellas era la de Nueva España, que partía de Sanlúcar de Barrameda con destino a las Antillas Mayores, y otra la de Tierra Firme, que se dirigía a las Pequeñas Antillas. Ambas tenían como objetivo transportar cargamentos desde América hasta la Península.
El advenimiento de los Borbones supuso la reorganización de la Armada, con la institución en 1714 de un órgano centralizador, la Secretaría de la Armada. El ministro José Patiño fue uno de los impulsores de esta reforma, fundando los astilleros de Cádiz y Ferrol, en los que se armaron decenas de barcos.
Sin duda, esa modernización resultó muy positiva para nuestra Armada, que infligió uno de sus mayores varapalos a la Royal Navy en el sitio de Cartagena de Indias.
Durante el siglo XVIII, La Habana se convirtió en el principal astillero, en el que se armaron nada menos que 197 barcos. Las convulsiones políticas que acecharon España durante los siglos XIX y la primera mitad del XX hicieron, sin embargo, que nuestra Armada quedara en un segundo plano, situación que hoy se está revirtiendo, puesto que en la actualidad es una de las más poderosas del mundo con unos 25.000 efectivos y 98 buques.
A principios del siglo XIX se produce un punto de inflexión en la hegemonía del poderío naval español. La batalla de Trafalgar (21 de octubre de 1805), “el último gran combate naval a vela y uno de los más sangrientos”, en palabras de nuestro colaborador Marcelino González, constituyó la principal derrota de nuestra Armada, si bien tampoco fue la ruina absoluta. Tuvo lugar durante las guerras napoleónicas, cuando España apoyaba a Francia y Reino Unido lanzó una ofensiva encaminada a derrotar al emperador francés y sus aliados.
Por parte británica, el gran protagonista de la batalla fue el almirante Nelson, Comandante en Jefe de la flota británica, que falleció por las heridas recibidas en el curso del combate, y, por el lado español, Federico Gravina, Capitán general de la Armada. La flota franco-española sufrió una abrumadora derrota: el comandante francés Villeneuve fue capturado por los ingleses, mientras que Gravina consiguió escapar, pero murió a los pocos meses por las heridas sufridas. Según diversas fuentes, el número de bajas en la flota combinada ascendió a 6.000, entre ellos algunos de nuestros marinos más insignes, y se destruyeron 23 navíos aliados, diez de ellos españoles; en tanto que los británicos sufrieron unas 3.000 bajas y salvaron buena parte de su flota.
Y si el siglo XIX se inició con una derrota sin paliativos, no terminó de mejor manera. En 1898, Estados Unidos declaró la guerra a España a cuenta de Cuba, con la esperanza de minar un imperio ya en franca decadencia.
En esta ocasión, la Armada española estaba mal preparada y la voluntad política del país, dirigida por un indeciso Sagasta, no ayudó al buen resultado de la guerra. La incipiente Armada estadounidense mostró, en cambio, una gran agilidad, consiguiendo dos importantes victorias: una en la batalla de Cavite (Filipinas) y otra en Santiago de Cuba, cuando la flota española se vio obligada a escapar a mar abierto.
Una vez dado el golpe de gracia a la Armada española, los estadounidenses iniciaron una ofensiva terrestre en Puerto Rico, con lo que el Imperio español sufrió una notable merma en su extensión, y en la hegemonía que un tiempo atrás había perdido ya en los mares.
Fuente:
- http://www.historiadeiberiavieja.com/pda/noticia.asp?pg=1&s=0
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