El elefante, como todo el mundo sabe, es un animalito enorme, sumamente fuerte y, llegado el caso, con bastante mala leche. En los tiempos antiguos, cuando en Europa no se sabía ni que existían esos paquidermos, el terror que inspiraban cuando los ejércitos los veían por vez primera debía ser similar al que sentiría un guerrero medieval a la vista de un carro de combate moderno. A los romanos se les encogió violentamente el ombligo cuando vieron ante sí los elefantes de guerra de los cartagineses, y hasta a los fieros macedonios que seguían a Alejandro hasta los confines del mundo sintieron como los testículos les trepaban velozmente a la garganta cuando los elefantes del rey Poro, allá en la India, les hicieron frente.
Porque, como cabe suponer, el elefante no le teme a nada, y sus trompazos eran suficiente para mandar a hacer puñetas a todo aquel que estuviera cerca de la peculiar nariz de estos bichos. Su eficacia debía ser notable ya que incluso los romanos organizaron unidades de elefantes de guerra, y si los romanos los adoptaron por algo sería.
Bueno, veamos algunas curiosidades curiosas sobre el aspecto bélico de estos bichos:
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